martes, 20 de febrero de 2007

Rincón 1

Te quiero porque piensas en mí, porque cada vez que abro los ojos estás siempre ahí, a mi lado.

Te quiero porque te importa todo lo que me pasa y porque no sólo estás tranquila sabiendo que estoy bien, sino que te esmeras para que yo siempre lo esté.

Te quiero por esa vez que me esperaste más de una hora, cuando me atrasé en un examen, y sabías que si te hacía esperar era porque las circunstancias me obligaban, no por mero capricho ni desinterés.

Te quiero porque cada vez que me siento decaer estás ahí, animándome a seguir adelante y convenciéndome de que vendrán tiempos mejores.

Te quiero porque me hiciste pensar en el futuro, porque me hiciste dar cuenta que si vivo del día a día jamás podré ser feliz plenamente.

Te quiero, sí... te quiero, aunque suene raro escucharlo de mis labios porque sabes que dentro de mi vocabulario no siempre están presentes palabras ni gestos de afecto, cuando hay otras personas presentes, tú lo sabes.

Te quiero, sí... te quiero, pero más que por todas las razones que antes te di, te quiero porque cuando nos conocimos me diste la oportunidad de entrar en tu vida, usaste tu valioso tiempo en conocerme y en los momentos que te necesitaba, detuviste tu cargada agenda para dedicarme ese impagable tiempo, no retribuyendo lo que yo también había hecho por ti, sino que sólo por mera generosidad.

Y más que la razón anterior, te quiero por como tú eres, por como te arreglas el cabello, por tus gestos al hablar –y cuando no también-, porque cuando haces cualquier cosa y te observo, todo el mundo desaparece y lo único que mis sentidos pueden hacer en ese instante es contemplar todo tu ser.

Te quiero, sí, y más que eso te amo, pero si te amo no es porque fortuitamente llegaste a mi vida y la encantaste, sino que te amo porque al darme cuenta de lo grandiosa que eres con las múltiples virtudes de las que eres poseedora, así como también de esos defectos que también amo -aunque no los apruebe todos-, te elegí, sí, te elegí, no fue un shock fulminante que hizo tambalear mis rodillas y me hizo desmayar.

Lo repito, te amo porque te elegí, y te amo más porque tú también me elegiste, porque dejaste atrás todas las trabas que nos separaban y aunque con miedo al principio, me ayudaste también a superar ese mismo miedo que nos alejaba por ese terrible temor que teníamos de volver a sufrir.

Te quiero, sí, te quiero, pero te querría y te amaría muchísimo más, sí te pudiese conocer algún día.

domingo, 11 de febrero de 2007

Diálogo

- ¿Cómo estás?

- No lo sé.

- ¿Y eso por qué?

- No lo sé.

- Estás rara.

- Para nada.

- Yo me doy cuenta.

- Estás siendo paranóico.

- Estás cambiada.

- Soy la misma.

- No lo eres, casi ni me hablas.

- No tengo tanto tiempo como tú.

- Si lo sé, pero algo no está bien.

- Mejor me acuesto, tengo sueño, apaga la luz pronto.

- Es mejor, pero quizás no esté cuando despiertes.

- Jajajaja, tu siempre estás ahí.

- Quizá esta vez no, adiós.

viernes, 9 de febrero de 2007

El ser más impredecible

Hace unos días me encontré con Felipe, un viejo amigo que en algún carrete conocí. Iba pasando fuera de un bar en el centro luego de ver a una amiga y me lo encontré solo sentado en la barra, con una cerveza en la mano izquierda y un cigarro en la derecha. Tenía cara de aproblemado el hombre y como andaba con plata entré y me senté junto a él a tomar una chela.

- ¿Cómo estay weon? –le saludé.

- Weeeena, Juanca compadre, tanto tiempo. Aquí pues compadre, ataos con faldas – me respondió con una expresión en la que trataba de cambiar su ánimo para conversar conmigo.

- Chuta weon, con una o varias faldas? Porque tu eri re bueno pal webeo –le dije, ya que este compadre era bien “alegre” cuando lo conocí.

- Jajajaja, no compadre, una sola, hace mucho que me tranquilicé –me dijo riendo, por lo menos logré levantarle el ánimo.

- Así que una? Y que onda viejo? Porque tan tristón? No me diga que lo patearon –le pregunté tratando de achuntarle a la primera.

- No, ojalá. Es que conocí a una comadre hace un tiempo atrás, y como que me está gustando harto weon, pero ella ni me pesca –finalizó bajando la vista y mirando la punta humeante de su cigarro.

- ¿Pero porque dices eso compadre? ¿Le dijiste que te gustaba? –le pregunté.

- ¡¡¡Tay más weon!!! ¿Cómo le voy a decir eso si no muestra ningún signo de cariño o algo más? Ni loco compadre, prefiero estar así hasta ver bien que onda, por último así la sigo viendo, igual es mi amiga y na que ver perderla por que el weas se fijó en ella como algo más.

- Jajaja –me reí, es que la cara de susto de mi compadre fue única- pero Felipe weon, ¿porque tienes tanto miedo en decirle? Si al final no pierdes nada, y ahí vas a quedar más tranquilo.

- Puta weon, ¿te acuerdas de la Karina?

- Si po weon, tu amiga del alma, harto rica estaba ella ¿Cómo ha estado a propósito? –le pregunté.

- Puta weon, me pasé el rollo con ella y un día le dije toda la wea, y me mandó a la xuxa. Hace como un año que no la veo, así de penca fue el temita –la cara de decepción de mi amigo era lamentable, hace mucho que no veía a un weon tan cagado.


Hubo un momento de silencio. Felipe pidió otra cerveza y yo lo acompañé. Me ofreció un cigarrillo y a pesar de que trato de dejarlo constantemente, al ver su expresión sentí su aflicción como mía y la ansiedad de hace un tiempo, volvió y se lo acepté. Miré a nuestro alrededor para ver si encontraba otra cara conocida, pero no había nadie, sólo mi compadre. Cuando el barman nos trajo la segunda ronda hicimos un salud por “la amistad”, que webada mas irónica. Felipe me acababa de contar que perdió a su gran amiga por haberse fijado en ella y ahora brindábamos por ese mismo lazo que si es entre hombres y mujeres tiende a ser muy frágil si no guardamos los debidos resguardos. Luego del brindis y el primer sorbo le pregunté:

- Pipe, y que onda ¿qué vas a hacer entonces?

- No sé weon, te juro que no sé que hacer. Antes siempre hablábamos de todo, era todo muy bakan, pero desde que empecé a sentir algo más, cada vez que la veo no sé que decirle y le hablo puras weas compadre. No sé como demostrarle que me pasan cosas con ella si quiera para que se de cuenta en mi actuar y ahí empezar a ver que onda. Te juro que si me diera alguna luz, lo que sea, me tiro a la piscina cara de palo.

- Jajajajajajaja, pero compadre si ud. no sabe nadar –le dije riendo, recordando una vieja expresión que usábamos hace tiempo.

- Me ahogo no más po weon, así es la vida –me respondió bajando la vista. Al parecer esta mina de verdad le importaba, algo raro en este tipo, de que lo conocí era un compadre muy alegre que no le importaba nada, sólo le conocí una mina que le importó de verdad, pero eso fue hace mucho tiempo.

- Pero dime de verdad –me puse serio para preguntarle-¿Vas a hablar con ella?

- No creo viejo. Igual la mina ha tenido muchos dramas weon y sumarle un problema más, no sería capaz de hacerle eso. Ahora me ofrecieron una pega fuera de Santiago, así que estoy viendo bien que onda. Yo creo que lo mejor será que me vaya por un tiempo y no la vea más, total, si nunca lo sabe y piensa que es por pega que me voy, no va a ser tan penca como si supiera que me voy por ella. El alejamiento me va hacer no pensar tanto en ella y se va a olvidar rápido de mí, total, para ella va ser un amigo que se aleja y puede tener muchos más.

- ¡A mierda! ¿En serio que piensas en hacer eso? Lo único que te puedo decir es buena suerte, igual lata weon, pero si tu piensas que es lo mejor para ti, debe ser así, aunque no creo que arrancarte del problema sea la solución –le dije-, hay que andar de frente a las weas que a uno le salen en el camino.

- Si sé compadre, pero en fin. No quiero perderla como a la Karina. Por último cuando vuelva ya se me va a pasar todo y sigo siendo amigo de ella. Ya compadre –miró su reloj- es hora de irse, puede que no alcance a llegar a mi casa, es retarde y las micros no pasan muy seguido a esta hora. Cuídese y cuando me instale en la nueva pega, lo llamo para que se vaya de vacaciones y me acompañe, ahí nos tomamos unas piscolas y recordamos viejos tiempos.

- Ya viejo, cuídese mucho y espero el llamado ¡Y arriba el ánimo! Tal vez la mina está en la misma que tú, pero tu cachai como son las minas po weon, esperan siempre que uno haga todo y está esperando a que te decidas o por último te puede dar una oportunidad, no creo que tengas tanta mala suerte dos veces. En fin, piense lo que le dije y no se apresure –nos despedimos y cada uno partió a su destino.


El Pipe no me ha llamado, no tengo idea si se fue o si se quedó. A lo mejor habló con la comadre y le fue bien, o quizá partió no más, sin decir nada. Ojalá que esté bien y no tan cagado como se veía ese día.


Son tan raras las mujeres que uno no sabe nunca lo que quieren, como me dijo un profesor amigo una vez: “las mujeres son los seres más impredecibles que existen, nunca vas a saber lo que quieren hasta que te lo dicen, el problema es que siempre esperan que uno hable para después abrazarte o escupirte”. Y tiene mucho de razón, pero bueno, cada loco con su caso, quizá mi amigo tiene razón y lo mejor es irse sin decirle nada, la verdad no sé. Mejor me preocupo de mis problemas.

lunes, 5 de febrero de 2007

Un Amor de Verano

Éramos dos niños. Ella un poco mayor que yo (como han sido la mayoría de las mujeres en las que me he fijado), aunque ni tanto, sólo nos llevábamos por cuatro meses, sin embargo, a pesar del poco tiempo que nuestras edades nos distanciaban, una diferencia importante nos separaba ya que una hermosa niña de pocos meses de edad iluminaba su vida. Ella, con una vida tormentosa a causa del padre de su pequeña –según palabras dichas por ella misma- se debatía entre seguir siendo una niña o comenzar a ser la mujer que sus nuevas responsabilidades le reclamaban. Yo, me debatía entre el rock clásico y las influencias que mis amigos punk ejercían en mi abanico musical.

Durante todo el año anterior a conocernos, recuerdo que todos los días salía un momento fuera de los block a mirar lo que sea (es impresionante lo que hace el ocio en un pendejo de 14) y a menudo, sentado en la escalera contemplando el “lindo barrio” en el cual me había tocado vivir en ese tiempo, la veía dar sus caminatas. Debo ser sincero, en ese tiempo al verla gorda (por su embarazo) y con un buzo que poco la ayudaba estéticamente, la encontraba horrible y jamás me llamó la atención.

Nació su niña, obviamente sin yo tener idea y tampoco sin importarme, al mismo tiempo en que mi amistad con el Paleta y su primo-tío, el Pato, se estrechaba. En una de esas noches de fin de semana recuerdo que tuve mi primera borrachera. Para un chico de esa edad es impresionante como esas estupideces no parecen estupideces, sino que dan un cierto status entre los pares.

Pasaba el tiempo, y como muchas de esas historias que nos dejan recuerdos -no sé si buenos o malos, pero recuerdos al fin y al cabo- mi hermana frecuentaba una “nueva amiga”. Se juntaban todas las noches a andar en patines, como dos chiquillas de su edad (14 hermana, 15 ella). Cuando entraba o salía de mi casa como a cualquier amiga de mi hermana la saludaba al pasar, con indiferencia, como a cualquiera de las otras tantas niñas que la visitaban.

No recuerdo bien como fue, que de ser una simple amiga de mi hermana, pasó de repente a ser una niña “apetecible” para mi. La cosa es que de un día a otro le aconsejaba al Pato (el tío-primo del Paleta) que se “agarrara” a esta niña. Día a día se lo repetía: “dale huevón, si demás que la mina te pesca”, siendo que al Pato ni siquiera le interesaba. No sé porqué le decía que hiciera eso, siendo que lo quería hacer yo. Que cosas tontas se le pasan a un pendejo por la cabeza.

Un día en la casa del Paleta, estaba con mis hermanos, el Pato y ella. Creo que bebíamos algún trago y comenzamos a jugar. En una bolsa echamos dulces y cada uno tenía una penitencia, el que lo sacaba la tenía que cumplir. Obvio que el del beso era el más atractivo. El juego empezó y le tocó a mi hermana con el Paleta, a la niña con el Pato, a mi hermana con el Paleta y de pronto a ella conmigo. Creo que todos se daban cuenta que nosotros teníamos una onda especial, a pesar de lo poco que habíamos conversado. No recuerdo si sentía mariposeos ni dolores de guata cuando la veía, pero que entre nosotros había una especie de atracción, todos se daban cuenta. Llegó el momento esperado, los muchachos apagaron la luz y el beso llegó. Fue un topón, un beso tierno y de niños que a pesar de que fue dentro de un contexto de juego, detrás de él habían muchas más cosas ocultas que cumplir una determinada penitencia.

De ahí en adelante, todo cambió. Esperaba día a día que fuera a mi casa a visitar a mi hermana, y cuando mis padres la invitaron al viaje que por el día haríamos al litoral, jamás pensé que a partir de ahí, los sentimientos que comenzaban recién a aflorar, le darían el vamos a mi primer gran amor.

El día fue precioso, desde que partimos hasta que llegamos a nuestro destino, ya que a pesar de que mi hermana la había llevado para que pasara el día con ella, por esas horas fue completa para mi.

Era un día nublado, como muchos en nuestro litoral central, que a pesar de no presentarnos el contexto que todos buscamos para pasarlo bien, no resta las posibilidades de entrar al mar, aunque la fría agua nos haga tiritar. Bajamos del bus y la tomé en brazos, buscamos un lugar adecuado en la playa para dejar nuestras cosas y disfrutar del día que recién comenzaba.

A mi me carga la playa, debo reconocerlo, pero creo que ese fue el único día que he entrado al mar con gusto, claro, porque lo hice con ella. Después jugamos paletas y conversamos muchísimo, y esos latosos viajes que antes hacía, esta vez fueron opacados a cabalidad gracias a la agradable compañía de la amiga de mi hermana.

El viaje de vuelta fue lo mejor. Nos sentamos juntos y comentábamos el paisaje, me relataba las penosas experiencias que hasta ese momento había tenido que vivir con el patán padre de su pequeña. A ratos dormíamos y apoyaba su cabeza en mi hombro, creo que nunca he sido más feliz en mi vida. Esa ha sido la única vez en la que me he sentido correspondido con mis sentimientos, en que abrazo a alguien y el abrazo viene de vuelta, que he tomado una mano y esta se ha quedado ahí. De vuelta en casa, mi hermana me odiaba, ya se imaginan porqué.

Salíamos a la calle, conversábamos, pasábamos tiempo juntos como dos niños a nuestra edad. Yo decididamente ya sabía que me gustaba. Lo que sentía ella, para mi no era una certeza. En las veladas que pasaba con mis amigos no cesaban de repetirme que lo que yo sentía era mutuo, y que lo único que debía hacer era declararle mi amor, pero la profunda timidez que me caracterizaba en esos años no me dejaba hacer mucho, y por poco decidido, ocurrió lo inesperado: se cambió de casa.

Yo no lo podía creer, estaba totalmente desconcertado, tanto me demoré que hasta se fue, ¡¡¡no podía ser más huevón!!! Gracias a mi hermana pudimos conseguir su nueva dirección y afortunadamente era bastante cerca de donde yo vivía. La visitábamos a menudo, y en cada una de esas visitas me convencía de decirle todo lo que sentía, pero como siempre, me quedaba mudo. Así avanzaron las semanas, hasta que paulatinamente dejé de ir. Mis padres, por una extraña razón, ahora no me dejaban ir a verla. Cada vez que partía a su casa, la prohibición se hacía manifiesta y no me quedaba otro remedio que permanecer en casa, así que no me quedó otra que ir a escondidas, no me imaginaba lo que se vendría después.

Un día fui con mi hermana a visitarla, tocamos la puerta y ella asomó sólo su cabeza. Estaba con el padre de la niña. Era la primera vez que me encontraba en esa situación, ya que jamás lo había visto, de hecho ese día no lo vi, sólo la escuché con mi hermana dando sus razones y que no nos podía recibir. Nos devolvimos a casa.

La sensación de desilusión que sentí fue terrible. El camino de vuelta a casa fue un constante intento de contener el llanto hasta llegar a mi habitación. No hablaba, solo miraba adelante tratando de llegar lo más pronto posible. Cuando entré a mi dormitorio, cerré la puerta y estallé en lágrimas. Creo que no recuerdo antes haber llorado tanto. Estaba con él, de quien tantas veces había oído hablar, de quien tantas veces había recibido tan malos antecedentes, pero estaba con ella, en su casa. Fueron celos, desilusión, amargura o que se yo, sentí en el pecho una aflicción impresionante, tirado en mi cama mirando al rincón. Pasaron unos minutos y la puerta de mi casa sonó. Era ella, me había ido a ver, sabía que la situación no me había agradado demasiado. Yo, encerrado en mi pieza, no le quería abrir. Ella, golpeaba mi puerta una y otra vez, incrementando la fuerza cada vez más. Estuvo así un buen rato hasta que accedí a dejarla entrar. Me preguntaba porque estaba así –como si no lo supiera la muy cínica- y yo le respondía que no era de su incumbencia. Ella insistía y yo no le respondí, me lo guardé para mi, esperaba algo más de ella ese día, pero todo quedó en eso. Se secaron mis lágrimas y la situación se calmó. Ella se fue a conversar con mi madre y hermana, hablándole mal nuevamente de su “ex” o de lo que fuese.

Pasaron los días y la prohibición de ir a visitarla se hizo absolutamente infranqueable. Me prohibieron toda salida y no me quedó más que acatar. La situación era obvia, pero yo por ciego o falto de experiencia, no sacaba mis conclusiones. Un día que mis padres regresaban de su casa luego de una visita secreta, me di cuenta que habían ido por sus comentarios y les reclamé el porqué no me habían llevado. Mi padre se ofuscó y me encerró en mi dormitorio para hablarme. Me dijo todo lo que pasaba, directamente, sin anestesia, para que entendiera que por fin lo mejor para mi era dejar todo ahí. Le entendí y no la vi más.

Pasó el tiempo y el dolor fue desapareciendo lentamente. Entré a clases y conocí a otras niñas. No pude avanzar con ellas porque su recuerdo permanecía ahí, inamovible, creo que hasta el día de hoy, y es muy difícil para alguien intentar tener algo con otra persona si no has superado algunas etapas de su vida.

Un par de años después la volví a ver. Estaba yo afuera de la Catedral de San Bernardo con una prima. Fue extraño, cuando vi que se acercaba todo volvió a ser como antes, el viaje, los juegos, las conversaciones. Eso si, no caminaba sola. Un tipo la acompañaba, pero no era el padre de su niña. Cuando se dio cuenta de que yo estaba allí, ni siquiera se acercó a saludarme. Sólo me miró y asintió con la vista, con cara de culpa, una reacción muy extraña, parecía que con la miraba me pedía disculpas, no sé si por lo que pasó antes o por ir acompañada por otro tipo que no fuera yo, aunque esta ultima opción la descarto, prefiero no creer en ella. De ahí, no se cuanto tiempo pasó antes de verla otra vez.

Creo que la última vez que la vi fue hace siete años. Volvía a mi casa luego de asistir a clases del preuniversitario, iba en la micro y yo pasé sin verla. Ella me vio y se paró y me fue a buscar, preguntándome si iba acompañado para sentarme junto a ella. Conversamos un rato y ella se bajó, ni siquiera le pedí su número ni nada, nos despedimos y todo quedó ahí.

Es raro como este tipo de experiencias las recordamos y nos traen todas esas sensaciones que sentimos hace tanto tiempo atrás. Sin embargo, si nos quedamos en ellas no avanzamos en la vida, vivimos de un pasado que más que experiencia, aflige nuestros corazones buscando algo nuevo que se les parezca o que las supere y las usamos como medida de todas nuestras futuras relaciones, y si estas no comienzan como la que tenemos de modelo, las desechamos de inmediato. Sin embargo, lo importante es dar vuelta la página y superarlas, para así intentar rehacer nuestras vidas.

En mis manos tengo un disco que durante ese verano le presté a ella. Al tiempo después, cuando ordenaba éste y otros discos más, los cambiaba de cajas porque estaban algunas deterioradas y me di cuenta que en el interior de la tapa posterior había un mensaje que ella me había escrito: “para que me recuerdes mi amor”. Lo leí y me di cuenta de lo bobo que había sido, arrepintiéndome de lo que no hice a tiempo. Leo esas palabras y me doy cuenta que sí, que la recuerdo, pero que mientras la recuerde no podré jamás intentar ser feliz con alguien, porque cuando conozco a alguna mujer busco sentir de inmediato las mismas sensaciones que sentí con ella en ese verano tan recordado. Hasta ahora no las he sentido, pero si sigo esperando eso y quizá pase otros nueve años más esperando lo mismo. Quizá ese excesivo deseo por volver a sentir esas sensaciones, jamás me deje sentir todas las emociones que se pueden llegar a sentir por alguien a quien le das esa oportunidad de poder conocer. Tal vez me equivoque, pero creo que cambiar de rumbo en mi vida en este momento, me pueda ayudar a ver bien y a quien tengo a mi alrededor. A entender que quizá no todos los amores empiezan igual y que cada uno merece tener la oportunidad de darle el tiempo necesario para ver que valor tiene. Para ver si con el tiempo, llego a sentir algo parecido o mayor, que lo que sentí por esa niña ese verano.

sábado, 3 de febrero de 2007

Confiar... o ¿No Confiar?

¿Cómo es posible confiar en la palabra de alguien de quien te has acostumbrado a escuchar excusas? ¿Se puede confiar realmente? La respuesta obvia es un rotundo no, aunque sea triste. Resulta más triste aun esa respuesta cuando le quieres dar esa confianza a alguien que quieres.

Es curioso, cuando conoces a alguien especial piensas que todo está genial y que a esa persona podrías confiarle tu vida si se diese el caso. Pasa el tiempo y cuando vas descubriendo más aspectos en ella te dices: “oye, de verdad que esta niña es especial, hablamos de todo y la confianza que tenemos pocas veces se da”. Te crees el centro del mundo y que nadie más tiene la dicha de poder compartir sus secretos con alguien así, hablas con ella cuando tienen algún problema y al principio dejan claro que si en el futuro surgieran nuevos, lo hablarían, por feo que sea.

Yo sé que el tema de la confianza en las mujeres es algo mucho más profundo en mi que algunas promesas rotas que me hayan hecho. En mi vida me he rodeado de personas y sobre todo mujeres a las que la palabra honestidad no les vale mucho. Desde personas cercanas –primas, tías o amigas- hasta mi círculo íntimo se han esmerado en hacerme comprender que siempre que hable con una mujer debo tener al mayor cuidado posible, ya que tienen un poder impresionante para hacernos confiar en ellas cuando no debemos. Mi hermana y mi madre –por favor, perdónenme si leen esto- son el mejor ejemplo de lo que digo. No voy a dar detalles pero lo único que deben saber es que muchas veces me han enseñado a la fuerza que el ser menos confiable del mundo es la mujer.

No quiero ser machista con la aseveración que hice anteriormente, sólo trato de graficar mi experiencia personal. Desde que empecé a hacer un buen uso de mi razón –como a los 21 aproximadamente- he tratado de cambiar todos los aspectos machistas en los que me he criado desde el momento en que nací, porque pienso que es una de las principales causas de los feminismos extremos que en la actualidad contribuyen a la decadencia de nuestra sociedad. He luchado y sigo luchando por cambiar todos los vestigios que hay en mi de un machismo asqueroso, y he logrado erradicar bastantes cosas, aunque no perfectamente.

Lo más difícil para mí ha sido lidiar con esa desconfianza terrible que tengo hacia las mujeres. Un profesor amigo –muy buena persona, pero machista a morir- me dijo que eso era normal, que la desconfianza en las mujeres todos la padecían. Yo, no lo puedo ver así. Yo quiero confiar, porque si uno no confía ¿de qué sirve tener amigas, polola o esposa? De nada, vivirías siempre atento a todo lo que hace o dice para no ser engañado por alguna de sus artimañas y esa no es la vida que quiero ¿Tener que cuidarte de las personas deshonestas que te rodean a diario y más encima de las personas por quienes sientes afecto? Eso es demasiado, por lo menos para mí, por eso cuando la conocí y fui viendo lo genial que era me dije: “oye, parece que no todas son así, esta niña se ve súper buena, así que todo bien”, y empecé a confiar, y ella también en mí al parecer. Todo estaba excelente, hablábamos de todo sin ninguna vergüenza y eso me tranquilizaba mucho, pero como dicen estúpidamente por ahí, no todo es para siempre –y yo creo que si hay muchísimas cosas para siempre, como una lealtad bien cimentada por ejemplo.

Lo primero que ocurrió fue un miedo terrible, un estado anímico que no la dejaba hacer mucho por avanzar en nuestra amistad. Yo le creí, y le creo en la actualidad, por eso siempre accedí a todas sus peticiones, a regañadientes, pero lo hice porque no tenía motivos para desconfiar de que me estuviese mintiendo.

La siguiente promesa fue rota a causa del mismo miedo, por lo que transigí nuevamente en su nueva petición, y acepté sus condiciones otra vez, entendiéndola y escuchándola en todo lo que podía. Es impresionante como una persona puede hacerte cambiar tu forma de ser y enseñarte que muchas de las decisiones que tomamos no siempre van a suceder como nos lo planteamos cuando lo hacemos, pero así es, las mujeres nos hacen hacer cosas que normalmente no haríamos, nos ayudan a ser transigentes y a no ser tan cuadrados en nuestra forma de vivir.

Hasta aquí, van dos veces que una palabra se empeña y las dos veces esa palabra no se cumple. Está bien, en esa ocasión fue a causa de problemas de fuerza mayor, pero es inevitable que una persona luego de que le dicen algo y no se le cumpla, sienta de inmediato una sensación de desconfianza hacia la otra parte, incluso si te han dado motivos muy creíbles para tranquilizarte. Finalmente crees, y sin dudar en nada, pero para las próximas veces ya tienes resguardos si otra promesa se asoma, porque sabes hay probabilidades de que no se cumpla y otra excusa verdadera te sea dada.

De nuevo la palabra es empeñada otra vez y ¡adivinen que! ¡Otra vez la promesa fue rota! Es el cuento de nunca acabar. Te comienzas a cuestionar un sinnúmero de cosas –por algo ahora escribo estas breves líneas- y tratas de confiar nuevamente. Te sientes mal, triste, piensas que se ríen de ti y que el único que hace algo por mejorar la situación eres tú y que a la otra parte poco le interesa. Piensas que si es así, lo mejor es dejar de lado todo y cortar de raíz las cosas, que cuando te sientes decaer así como te sientes ahora, hay que cerrar los ojos y dormir hasta que las malas sensaciones que sientes se vayan, sin embargo, por estupidez humana, falta de amor propio, o que se yo, prefiero creer que es “nobleza” –como ella me dice-, pero sea por nobleza o por arrastrado, igual siento –y ojalá que me equivoque- que se están riendo de mi, o que me están subestimando demasiado.

¿Cómo confiar? ¿cómo? De verdad que estoy muy complicado. Piensas en los pseudo-consejos que alguna vez escuchaste de labios de tu padre cuando te decía: “no debes confiar en nadie hijo, acuérdate de lo que te digo, siempre, hasta la persona que más afecto le tengas te puede cagar algún día”. Pero yo no quiero razonar bajo esa lógica, no. Quizá por eso mismo es que escucho tan poco a mis padres cuando me dicen algo, porque me he dado cuenta que fueron criados, o fueron creciendo, en un mundo no distinto al mío, pero que la experiencia de sus vidas los ha hecho formular reglas de vida que afortunadamente he tenido la posibilidad de desechar y tomar otras correctas y no tan pesimistas. Pero sigue el dilema. ¿Cómo confiar? Definitivamente no lo sé. Lo único que sé es que si ha habido excusas, también pueden haber perfectamente enmiendas a esas excusas y que si algo realmente no fue verdad, también aclaraciones de que cosas si y que cosas no.

Nuevamente voy a confiar en su palabra y por favor no se rían de mí, lo que pasa es que aun quiero creer que todo lo que ha pasado ha sido una seguidilla de funestas coincidencias y que ella como yo, está en la misma situación. Espero que esta vez todo resulte como lo hemos planeado, y que todas esas desconfianzas que han suscitado tanta tristeza en mi, sean sólo un mal recuerdo. De verdad que lo espero.