lunes, 5 de febrero de 2007

Un Amor de Verano

Éramos dos niños. Ella un poco mayor que yo (como han sido la mayoría de las mujeres en las que me he fijado), aunque ni tanto, sólo nos llevábamos por cuatro meses, sin embargo, a pesar del poco tiempo que nuestras edades nos distanciaban, una diferencia importante nos separaba ya que una hermosa niña de pocos meses de edad iluminaba su vida. Ella, con una vida tormentosa a causa del padre de su pequeña –según palabras dichas por ella misma- se debatía entre seguir siendo una niña o comenzar a ser la mujer que sus nuevas responsabilidades le reclamaban. Yo, me debatía entre el rock clásico y las influencias que mis amigos punk ejercían en mi abanico musical.

Durante todo el año anterior a conocernos, recuerdo que todos los días salía un momento fuera de los block a mirar lo que sea (es impresionante lo que hace el ocio en un pendejo de 14) y a menudo, sentado en la escalera contemplando el “lindo barrio” en el cual me había tocado vivir en ese tiempo, la veía dar sus caminatas. Debo ser sincero, en ese tiempo al verla gorda (por su embarazo) y con un buzo que poco la ayudaba estéticamente, la encontraba horrible y jamás me llamó la atención.

Nació su niña, obviamente sin yo tener idea y tampoco sin importarme, al mismo tiempo en que mi amistad con el Paleta y su primo-tío, el Pato, se estrechaba. En una de esas noches de fin de semana recuerdo que tuve mi primera borrachera. Para un chico de esa edad es impresionante como esas estupideces no parecen estupideces, sino que dan un cierto status entre los pares.

Pasaba el tiempo, y como muchas de esas historias que nos dejan recuerdos -no sé si buenos o malos, pero recuerdos al fin y al cabo- mi hermana frecuentaba una “nueva amiga”. Se juntaban todas las noches a andar en patines, como dos chiquillas de su edad (14 hermana, 15 ella). Cuando entraba o salía de mi casa como a cualquier amiga de mi hermana la saludaba al pasar, con indiferencia, como a cualquiera de las otras tantas niñas que la visitaban.

No recuerdo bien como fue, que de ser una simple amiga de mi hermana, pasó de repente a ser una niña “apetecible” para mi. La cosa es que de un día a otro le aconsejaba al Pato (el tío-primo del Paleta) que se “agarrara” a esta niña. Día a día se lo repetía: “dale huevón, si demás que la mina te pesca”, siendo que al Pato ni siquiera le interesaba. No sé porqué le decía que hiciera eso, siendo que lo quería hacer yo. Que cosas tontas se le pasan a un pendejo por la cabeza.

Un día en la casa del Paleta, estaba con mis hermanos, el Pato y ella. Creo que bebíamos algún trago y comenzamos a jugar. En una bolsa echamos dulces y cada uno tenía una penitencia, el que lo sacaba la tenía que cumplir. Obvio que el del beso era el más atractivo. El juego empezó y le tocó a mi hermana con el Paleta, a la niña con el Pato, a mi hermana con el Paleta y de pronto a ella conmigo. Creo que todos se daban cuenta que nosotros teníamos una onda especial, a pesar de lo poco que habíamos conversado. No recuerdo si sentía mariposeos ni dolores de guata cuando la veía, pero que entre nosotros había una especie de atracción, todos se daban cuenta. Llegó el momento esperado, los muchachos apagaron la luz y el beso llegó. Fue un topón, un beso tierno y de niños que a pesar de que fue dentro de un contexto de juego, detrás de él habían muchas más cosas ocultas que cumplir una determinada penitencia.

De ahí en adelante, todo cambió. Esperaba día a día que fuera a mi casa a visitar a mi hermana, y cuando mis padres la invitaron al viaje que por el día haríamos al litoral, jamás pensé que a partir de ahí, los sentimientos que comenzaban recién a aflorar, le darían el vamos a mi primer gran amor.

El día fue precioso, desde que partimos hasta que llegamos a nuestro destino, ya que a pesar de que mi hermana la había llevado para que pasara el día con ella, por esas horas fue completa para mi.

Era un día nublado, como muchos en nuestro litoral central, que a pesar de no presentarnos el contexto que todos buscamos para pasarlo bien, no resta las posibilidades de entrar al mar, aunque la fría agua nos haga tiritar. Bajamos del bus y la tomé en brazos, buscamos un lugar adecuado en la playa para dejar nuestras cosas y disfrutar del día que recién comenzaba.

A mi me carga la playa, debo reconocerlo, pero creo que ese fue el único día que he entrado al mar con gusto, claro, porque lo hice con ella. Después jugamos paletas y conversamos muchísimo, y esos latosos viajes que antes hacía, esta vez fueron opacados a cabalidad gracias a la agradable compañía de la amiga de mi hermana.

El viaje de vuelta fue lo mejor. Nos sentamos juntos y comentábamos el paisaje, me relataba las penosas experiencias que hasta ese momento había tenido que vivir con el patán padre de su pequeña. A ratos dormíamos y apoyaba su cabeza en mi hombro, creo que nunca he sido más feliz en mi vida. Esa ha sido la única vez en la que me he sentido correspondido con mis sentimientos, en que abrazo a alguien y el abrazo viene de vuelta, que he tomado una mano y esta se ha quedado ahí. De vuelta en casa, mi hermana me odiaba, ya se imaginan porqué.

Salíamos a la calle, conversábamos, pasábamos tiempo juntos como dos niños a nuestra edad. Yo decididamente ya sabía que me gustaba. Lo que sentía ella, para mi no era una certeza. En las veladas que pasaba con mis amigos no cesaban de repetirme que lo que yo sentía era mutuo, y que lo único que debía hacer era declararle mi amor, pero la profunda timidez que me caracterizaba en esos años no me dejaba hacer mucho, y por poco decidido, ocurrió lo inesperado: se cambió de casa.

Yo no lo podía creer, estaba totalmente desconcertado, tanto me demoré que hasta se fue, ¡¡¡no podía ser más huevón!!! Gracias a mi hermana pudimos conseguir su nueva dirección y afortunadamente era bastante cerca de donde yo vivía. La visitábamos a menudo, y en cada una de esas visitas me convencía de decirle todo lo que sentía, pero como siempre, me quedaba mudo. Así avanzaron las semanas, hasta que paulatinamente dejé de ir. Mis padres, por una extraña razón, ahora no me dejaban ir a verla. Cada vez que partía a su casa, la prohibición se hacía manifiesta y no me quedaba otro remedio que permanecer en casa, así que no me quedó otra que ir a escondidas, no me imaginaba lo que se vendría después.

Un día fui con mi hermana a visitarla, tocamos la puerta y ella asomó sólo su cabeza. Estaba con el padre de la niña. Era la primera vez que me encontraba en esa situación, ya que jamás lo había visto, de hecho ese día no lo vi, sólo la escuché con mi hermana dando sus razones y que no nos podía recibir. Nos devolvimos a casa.

La sensación de desilusión que sentí fue terrible. El camino de vuelta a casa fue un constante intento de contener el llanto hasta llegar a mi habitación. No hablaba, solo miraba adelante tratando de llegar lo más pronto posible. Cuando entré a mi dormitorio, cerré la puerta y estallé en lágrimas. Creo que no recuerdo antes haber llorado tanto. Estaba con él, de quien tantas veces había oído hablar, de quien tantas veces había recibido tan malos antecedentes, pero estaba con ella, en su casa. Fueron celos, desilusión, amargura o que se yo, sentí en el pecho una aflicción impresionante, tirado en mi cama mirando al rincón. Pasaron unos minutos y la puerta de mi casa sonó. Era ella, me había ido a ver, sabía que la situación no me había agradado demasiado. Yo, encerrado en mi pieza, no le quería abrir. Ella, golpeaba mi puerta una y otra vez, incrementando la fuerza cada vez más. Estuvo así un buen rato hasta que accedí a dejarla entrar. Me preguntaba porque estaba así –como si no lo supiera la muy cínica- y yo le respondía que no era de su incumbencia. Ella insistía y yo no le respondí, me lo guardé para mi, esperaba algo más de ella ese día, pero todo quedó en eso. Se secaron mis lágrimas y la situación se calmó. Ella se fue a conversar con mi madre y hermana, hablándole mal nuevamente de su “ex” o de lo que fuese.

Pasaron los días y la prohibición de ir a visitarla se hizo absolutamente infranqueable. Me prohibieron toda salida y no me quedó más que acatar. La situación era obvia, pero yo por ciego o falto de experiencia, no sacaba mis conclusiones. Un día que mis padres regresaban de su casa luego de una visita secreta, me di cuenta que habían ido por sus comentarios y les reclamé el porqué no me habían llevado. Mi padre se ofuscó y me encerró en mi dormitorio para hablarme. Me dijo todo lo que pasaba, directamente, sin anestesia, para que entendiera que por fin lo mejor para mi era dejar todo ahí. Le entendí y no la vi más.

Pasó el tiempo y el dolor fue desapareciendo lentamente. Entré a clases y conocí a otras niñas. No pude avanzar con ellas porque su recuerdo permanecía ahí, inamovible, creo que hasta el día de hoy, y es muy difícil para alguien intentar tener algo con otra persona si no has superado algunas etapas de su vida.

Un par de años después la volví a ver. Estaba yo afuera de la Catedral de San Bernardo con una prima. Fue extraño, cuando vi que se acercaba todo volvió a ser como antes, el viaje, los juegos, las conversaciones. Eso si, no caminaba sola. Un tipo la acompañaba, pero no era el padre de su niña. Cuando se dio cuenta de que yo estaba allí, ni siquiera se acercó a saludarme. Sólo me miró y asintió con la vista, con cara de culpa, una reacción muy extraña, parecía que con la miraba me pedía disculpas, no sé si por lo que pasó antes o por ir acompañada por otro tipo que no fuera yo, aunque esta ultima opción la descarto, prefiero no creer en ella. De ahí, no se cuanto tiempo pasó antes de verla otra vez.

Creo que la última vez que la vi fue hace siete años. Volvía a mi casa luego de asistir a clases del preuniversitario, iba en la micro y yo pasé sin verla. Ella me vio y se paró y me fue a buscar, preguntándome si iba acompañado para sentarme junto a ella. Conversamos un rato y ella se bajó, ni siquiera le pedí su número ni nada, nos despedimos y todo quedó ahí.

Es raro como este tipo de experiencias las recordamos y nos traen todas esas sensaciones que sentimos hace tanto tiempo atrás. Sin embargo, si nos quedamos en ellas no avanzamos en la vida, vivimos de un pasado que más que experiencia, aflige nuestros corazones buscando algo nuevo que se les parezca o que las supere y las usamos como medida de todas nuestras futuras relaciones, y si estas no comienzan como la que tenemos de modelo, las desechamos de inmediato. Sin embargo, lo importante es dar vuelta la página y superarlas, para así intentar rehacer nuestras vidas.

En mis manos tengo un disco que durante ese verano le presté a ella. Al tiempo después, cuando ordenaba éste y otros discos más, los cambiaba de cajas porque estaban algunas deterioradas y me di cuenta que en el interior de la tapa posterior había un mensaje que ella me había escrito: “para que me recuerdes mi amor”. Lo leí y me di cuenta de lo bobo que había sido, arrepintiéndome de lo que no hice a tiempo. Leo esas palabras y me doy cuenta que sí, que la recuerdo, pero que mientras la recuerde no podré jamás intentar ser feliz con alguien, porque cuando conozco a alguna mujer busco sentir de inmediato las mismas sensaciones que sentí con ella en ese verano tan recordado. Hasta ahora no las he sentido, pero si sigo esperando eso y quizá pase otros nueve años más esperando lo mismo. Quizá ese excesivo deseo por volver a sentir esas sensaciones, jamás me deje sentir todas las emociones que se pueden llegar a sentir por alguien a quien le das esa oportunidad de poder conocer. Tal vez me equivoque, pero creo que cambiar de rumbo en mi vida en este momento, me pueda ayudar a ver bien y a quien tengo a mi alrededor. A entender que quizá no todos los amores empiezan igual y que cada uno merece tener la oportunidad de darle el tiempo necesario para ver que valor tiene. Para ver si con el tiempo, llego a sentir algo parecido o mayor, que lo que sentí por esa niña ese verano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

wn es la mejor relato que he escuchado en mi vida...
no te puedo entender, ni comprender de algun modo. pero tus palabras llegan profundo...


Colombiano
Jodace Chilean Skies